El jueves por la noche llegamos a Carcasona, que es Patrimonio de la Humanidad. Antes de ir a la zona medieval, cenamos y después hice cientos de fotos a las murallas, que estaban muy bien iluminadas. Es una de las ciudad medievales más famosas del mundo, y con merecimiento, porque las murallas están muy cuidadadas (foto), aunque por dentro es muy comercial, como es habitual. Estuvimos unas dos horas recorriéndola por dentro, y merece mucho la pena visitarla.
Al día siguiente por la mañana fuimos hasta Minerve, un pequeño pueblo a casi una hora de Carcasona que tiene unas vistas muy buenas, con una cueva cercana y muy tranquilo. Después paramos en Caunes-Minervois, que es famoso por su abadía y su marmol rosa, del cual cogí dos piedras, pero que no tiene mucho más. Aquí intentamos entrar en alguna bodega para probar los vinos de la zona, pero a las 12 cierran y en algunos casos no abren por la tarde. Para contrarrestar el fracaso gastronómico compramos queso de Roquefort, que se hace en un pueblo cercano, Roquefort-sur-Soulzon. La siguiente parada fue en Villeneuve-Minervois, donde lo más interesante es un molino en lo alto de una colina.
Para comer fuimos a Lastours, y cuando terminamos fuimos a la ruta de los castillos, que es el principal atractivo del pueblo y que cuesta 5 euros. Se trata de un camino que asciende hasta los cuatro castillos medievales que hay en lo alto de un monte, Cabaret, Tour Régine, Surdespine y Querthineux, que sin duda merecen la pena. Un poco más abajo se pueden ver los restos de la ciudad medieval, pero no tan bien conservados. Merendamos helado de arándanos y de melocotón y decidimos no ir a Castres a ver el partido de rugby, y paramos en Villalier para buscar otras bodegas, pero tampoco hubo suerte. A las 18:30 nos volvimos a Carcasona, para terminar de conocer la ciudad, cenar en la parte medieval y dar otra vuelta. Durante la cena pude probar el famoso cassoulet de la zona, que se compone de alubias, chorizo y pollo.
El jueves por la noche llegamos a Carcasona, que es Patrimonio de la Humanidad. Antes de ir a la zona medieval, cenamos y después hice cientos de fotos a las murallas, que estaban muy bien iluminadas. Es una de las ciudad medievales más famosas del mundo, y con merecimiento, porque las murallas están muy cuidadadas (foto), aunque por dentro es muy comercial, como es habitual. Estuvimos unas dos horas recorriéndola por dentro, y merece mucho la pena visitarla.
Al día siguiente por la mañana fuimos hasta Minerve, un pequeño pueblo a casi una hora de Carcasona que tiene unas vistas muy buenas, con una cueva cercana y muy tranquilo. Después paramos en Caunes-Minervois, que es famoso por su abadía y su marmol rosa, del cual cogí dos piedras, pero que no tiene mucho más. Aquí intentamos entrar en alguna bodega para probar los vinos de la zona, pero a las 12 cierran y en algunos casos no abren por la tarde. Para contrarrestar el fracaso gastronómico compramos queso de Roquefort, que se hace en un pueblo cercano, Roquefort-sur-Soulzon. La siguiente parada fue en Villeneuve-Minervois, donde lo más interesante es un molino en lo alto de una colina. 
Para comer fuimos a Lastours, y cuando terminamos fuimos a la ruta de los castillos, que es el principal atractivo del pueblo y que cuesta 5 euros. Se trata de un camino que asciende hasta los cuatro castillos medievales que hay en lo alto de un monte, Cabaret, Tour Régine, Surdespine y Querthineux, que sin duda merecen la pena. Un poco más abajo se pueden ver los restos de la ciudad medieval, pero no tan bien conservados. Merendamos helado de arándanos y de melocotón y decidimos no ir a Castres a ver el partido de rugby, y paramos en Villalier para buscar otras bodegas, pero tampoco hubo suerte. A las 18:30 nos volvimos a Carcasona, para terminar de conocer la ciudad, cenar en la parte medieval y dar otra vuelta. Durante la cena pude probar el famoso cassoulet de la zona, que se compone de alubias, chorizo y pollo.
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